REVISTA DE LA HERMANDAD DEL VALLE DE LOS CAÍDOS
Nº 80 – mayo-junio de 2002
LIBROS Y REVISTAS
REVISIÓN DE LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA
Actas, Madrid, 2002
Alfonso Bullón de Mendoza y Luis Eugenio Togores (coords.)
Al cabo de más de dos años, al fin se han publicado las actas del Congreso
Internacional que con el título «La Guerra Civil española, sesenta años
después», se desarrolló en el mes de noviembre de 1999 en la Universidad San
Pablo-CEU de Madrid. Frente a la instrumentalización política de la historia
perpetrada en las Cortes Generales -de la que es hito la proposición no de Ley
sobre conmemoración del sesenta aniversario del exilio español que aprobara la
Comisión de Exteriores del Congreso de los Diputados el 14 de septiembre de
1999-, una plural representación de la comunidad académica efectuó entonces una
auténtica revisión de no pocos de los componentes y facetas de aquella tragedia,
abriéndose nuevos cauces y fórmulas de investigación. Junto a consagrados
maestros como Luis Suárez, Stanley Payne, José Manuel Cuenca Toribio, José
Andrés-Gallego, Luis de Llera, Ricardo Cerezo Martínez o Juan Velarde Fuerte,
otros muchos investigadores -algunos realmente jóvenes, que ni siquiera vivieron
conscientemente el período de la Transición, vírgenes por tanto de determinados
prejuicios- deshacen con tesón y rigor no pocas de las intencionadas leyendas
tejidas con propósitos torcidos.
Afortunadamente, el adocenamiento de los universitarios aún no es absoluto,
haciéndose posible recuperar para nuestro pueblo la memoria de tan amarga
experiencia.
Rafael Ibáñez Hernández
HERNÁN CORTÉS. INVENTOR DE MÉXICO
Tusquets. Barcelona (2001). 694 págs.
Juan Miralles
México se encuentra en un momento histórico en el que está redefiniendo su
identidad nacional, forjada al calor de la Revolución Mexicana de comienzos del
siglo XX. Uno de los asuntos cruciales que merecen ser reconsiderados es la
valoración de la figura del conquistador Hernán Cortés, tradicionalmente
denostada para exaltar, por contraste, lo indígena. Esta biografía, realizada
por un diplomático mexicano, consigue levantar el debate nacional sobre Cortés,
de modo que la objetividad histórica encuentre su sitio a la hora de hablar de
la cultura azteca y de la conquista.
Hernán Cortés. Inventor de México es un libro que recorre exhaustivamente las
fuentes de los cronistas de la época; encara sin miedo el problema de la
antropofagia en la cultura azteca; se atreve a elogiar las virtudes humanas de
Hernán Cortés, al mismo tiempo que retrata a Mochtezuma y otros personajes de la
época sin mitificaciones, sin victimismos, sin demonizar. Queda claro que la
caída de Tenochtitlán fue posible gracias a la sublevación de los demás pueblos
indígenas, sobre los cuales pesaba el yugo de una insoportable esclavitud.
No debe temerse la extensión del libro. Está escrito con un estilo excelente,
fluido, que por momentos alcanza el ritmo de una novela histórica. Y todo ello
sin perder rigor o interés documental para el experto o el aficionado a la
historia.
Íñigo Belabarce
NO A LAS DOS ESPAÑAS
Plaza y Janés, 2002
Miguel Primo de Rivera y Urquijo
En 329 páginas –cuya edición reconoce el autor deberse al apoyo de José
Gárate y Rafael Borrás- Primo de Rivera relata la manera en la que contribuyó al
cumplimiento de las «previsiones sucesorias» en la persona del actual Jefe del
Estado, Juan Carlos I.
Miguel Primo de Rivera añade su nombre a la extensa lista de protagonistas de
la transición política reciente que han narrado los méritos propios en el
asentamiento de la Monarquía Parlamentaria vigente.
El texto, de cómoda lectura, podría haber ganado en dinamismo si el autor
hubiese sintetizado alguno de sus discursos, conferencias y artículos que
reproduce en su integridad y que muy bien podrían figurar en el amplio anexo que
la obra incluye. En previsibles futuras ediciones también podría corregirse
algún error bibliográfico como, por ejemplo, los relacionados con la obra de
José María García de Tuñón «José Antonio y la República» o el «Testimonio de
Manuel Hedilla»; correcciones que, sin duda, agradecerían los estudiosos de la
literatura sobre sendos líderes falangistas. Todo ello, sin embargo, no resta
interés al libro que comentamos.
La Memorias sorprenden por el uso que al autor hace a lo largo de su
trayectoria política de su parentesco y comunión ideológica con José Antonio,
fundador carismático de Falange Española. En los dos momentos más significativos
que marcan su vida política, su acceso a la alcaldía de Jerez de la Frontera en
1965 y su defensa de la Ley de Reforma Política en 1977, el autor respalda sus
intervenciones públicas con referencias a José Antonio y a su condición de
falangista.
En el primer caso –discurso con motivo de su nombramiento como alcalde de
Jerez- la alocución de Miguel Primo de Rivera se inscribe en la más pura
ortodoxia oficial basada en los tres pilares de la democracia orgánica: la
familia, el municipio y el sindicato; por tanto, dentro de unas tesis nada
sospechosas para los censores políticos del Régimen, pendientes siempre de las
palabras y hechos de un Primo de Rivera.
En el segundo caso –exposición del proyecto de Ley de Reforma Política ante
las últimas Cortes franquistas- el autor invoca de nuevo su condición de sobrino
de José Antonio y su ideología joseantoniana al tiempo que subraya las virtudes
del texto legal.
Lo paradógico de todo lo anterior estriba en constatar cómo se puede acceder
a la alcaldía de Jerez con un discurso de impecable ortodoxia, al tiempo que
rechaza la Jefatura Local del Movimiento y sin que ello le impida aceptar,
también en 1965, un puesto en el Consejo Nacional del Movimiento, Órgano que
presupone la absoluta identificación ideológica de sus integrantes con el
Régimen al que sirve.
También es paradógico que la invocación a José Antonio sirva igualmente para
persuadir a una parte notable de las Cortes franquistas (el Proyecto fue
respaldado por amplia mayoría) sobre la necesidad de practicarse el «harakiri»
certificando así la defunción de un Régimen construido, en gran parte, sobre un
José Antonio mitificado primero y vaciado después.
La invocación y el manoseo de la figura de José Antonio sirvió para respaldar
las carreras políticas de centenares de personajes convertidos aceleradamente a
la fe de F.E. tras la última victoria del Frente Popular y el triunfo de la
sublevación del 17-18 de Julio de 1936. También sirvió, como se desprende del
libro que comentamos, para el asentamiento de la Monarquía Parlamentaria en
España.
La luz para tanta paradoja está en lo que Miguel Argaya viene a sostener al
subrayar que José Antonio no fue un personaje unidimensional lo que permite que
cada cual se identifique con alguna de las lecturas que el personaje admite,
explicación que recientemente recordaba el joven abogado malagueño Julio Sánchez
en un artículo que publicaba http://www.falangehoy.es.vg
Quizá se eche en falta en las Memorias de Miguel Primo de Rivera una
explicación de las razones que motivaron su rechazo al ofrecimiento que en su
día le hicieron diversos grupos falangistas (clandestinos o semiclandestinos)
para que encabezase la Jefatura Nacional de FE-JONS tras su previsible vuelta a
la actividad política. De este ofrecimiento tuve conocimiento a través del
testimonio de Diego Márquez Horrillo a comienzos de los años noventa en una
reunión de la Jefatura Territorial de FE-JONS en Andalucía celebrada, caprichos
del destino, en Jerez de la Frontera. Este testimonio, del que no conozco
referencia escrita alguna, estaría respaldado por Victoria Prego en «Así se hizo
la transición», libro publicado también por Plaza y Janés en 1995 (año en que
Diego Márquez es relevado de la Jefatura Nacional de FE-JONS por Gustavo
Morales). En la página 196, la periodista se refiere a Márquez en el contexto de
la aprobación del Decreto-Ley de Asociaciones Políticas en diciembre de 1974,
como promotor de una de las asociaciones que podrían ampararse en esta apertura
del Régimen. Para ello, continúa Prego, Márquez «consultó para constituir una
asociación llamada F.E. y de las J.O.N.S.»
Puede que Miguel Primo de Rivera entendiese «su» falangismo fruto de una
lectura de José Antonio diferente de la hecha por los portadores de este último
ofrecimiento, o puede que haberlo aceptado le dificultase su colaboración en el
cumplimiento efectivo de las «previsiones sucesorias» del General Franco en la
figura de Juan Carlos I. Es posible que en una próxima edición aumentada de sus
Memorias se despeje esta incógnita.
Lo único cierto, aceptando la veracidad del ofrecimiento de Márquez Horrillo,
es que de los tres requerimientos políticos que se le hacen a Miguel –el de
Franco en 1965, el de Juan Carlos en 1977 y el de algunos responsables
falangistas- sólo aceptó los dos primeros
José Manuel Cansino.
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